sábado, 26 de marzo de 2016

Lo Universal

Los dolores van y vienen. A veces son temporales, a veces permanentes. ¡Bendito Dios y la precisa suerte quisieran que no haya achaques! Pero no. Tiene que haber cierto equilibrio en la vida. A veces en esa delicada balanza, uno u lo otro pesa mas y hay que aceptarla con control y delicadeza... Pero somos seres humanos. Y dentro de esa humanidad, hay cierta persona especial que mantiene ese equilibrio. Desearíamos ser Florencia. 
Y eso piensa ella. Dejando de lado ese malestar físico traducido en un fuerte dolor de muela, esboza en su risueña mente sobre un mundo sin dolor. Sin ningún agente patógeno o un sujeto portador de violencia. Aunque su oscuro lecho esta bastante desordenado producto de su cuerpo inquieto de dolor, tiene bastante claro su temprano boceto de esa tierra leja de desdicha. Aún así, vuelve ese dolor. 

-Basta -murmura tristemente y prende el velador con forma de lava color azul. Se levanta de un leve salto, despertando sus fuerzas escondidas, y desea estar un poco mejor. Camina descalza. Tose un poco y se tapa la boca con la mano derecha. Siente su garganta seca. Aun estando su habitación levemente encendida, cae en una pequeña desgracia. Se golpea el dedo índice derecho de su pie con la pata de un antaño escritorio color caoba. Un golpe seco, cual su grito silencioso. 
-La puta madre -bocifera y golpea con su puño izquierdo el borde del mueble. Brotan sus primeras lágrimas. Por un momento quiere mandar todo a la mierda e irse a la cama. Solo un instante. Pero no. 

Cruza el pasillo. Se asusta al ver a su gato mirando sus pies. Más precisamente, su dedo hinchado. Quiere esquivarlo, pero le resulta complicada esa maniobra. La mascota quiere jugar con su dedo. Se levanta en dos patas y amaga con arañar su pie. Fue solo un corto entretenimiento. Escucha la brisa nocturna proveniente de la corta ventana de la cocina y corre hacia allí. Abre con su pata derecha la ventana y solo quiere perseguir a ese viento molesto. Florencia hace una mueca parecida a una sonrisa. Va hacia la cocina y abre el congelador de la heladera. Su remedio. Una bolsa de hielo que compró para calmar su otrora dolor en la rodilla. 
Cierra la puerta. Se pone la bolsa en su mejilla izquierda. Mira el cielo nublado para encontrar un poco de alivio. Apenas lo logra. Se sienta en la silla de madera y apoya su brazo izquierda sobre el costado de la mesa. Lagrimea.
-No pego ni una, la puta madre -murmura. Y con ese dolor punzante en ambas partes del cuerpo, pero con mucha precaución va hacia la pieza de su hijo. Aquella zona en que el malestar se desvanece. Su mundo pronto empieza a batir sus alas. Bella vuelve a ser. Adiós dolor. 


 C'est la vie!

lunes, 1 de agosto de 2011

Invierno en el Este o Contención o Un Día en la Vida o Título / Contenido VII


Las cuatro cucharadas de azúcar
no bastan para endulzar
a la solitaria joven.
El caso: Jennifer.
Balbucea o apenas lo hace
para sólo decir que está amargo.
Otrora, el café como acompañante.
Ahora, la ha abandonado a la suerte.
Otra vez.                                         

Se levanta de la mesa circular
de la cocina.
Lleva la taza color crema al lavabo
y tira el contenido.
Los alrededores del lavabo
se ensucian nuevamente.
Otro desperdicio de cena.
Ella suprimió el desayuno
y el almuerzo.
“Siempre lo mismo” se jacta para sí.
Más de lo mismo, diría un crítico pesimista.
Pero es la verdad y duele decirlo.

Veintidós años, una temprana edad
para vestirse de luto.
Cabello azabache,
tez pálida y ojos color almendra.
El destino la moldeó así.
El invierno, su capa.
Demasiada hermosa para autodestruirse.
¿Hay un motivo para semejante desdicha?
¿Por qué debe existir?
¿Quién tuvo la nefasta osadía
de crearla para tumbar a esta joven?

Desde aquella interrupción sentimental,
Jennifer pasó a llamarse cosa,
objeto innecesario.
Maldita infidelidad.

La taza, adentro del lavabo.
Marcan las 21:15.
Sobrio pijama.
El mismo atuendo que usó en todo el día.

Apaga el tubo fluorescente de la pieza.
Luego, de modo vago, se agacha y cae
sobre la alfombra parda del comedor.
Mira la luz de la lámpara.
Parpadea tres veces y agacha su mirada.
De pronto, algo raro.
Algo mueve su corazón.
Abre sus ojos y levanta su cara.
Necesita respirar.
Se incorpora del piso y se dirige a su habitación.

Llega y se detiene en el marco de la puerta.
Aún perduran los recuerdos.
Los amorcillos lagrimean.
Recuerdos borrosos.

Toma coraje y entra al cuarto.
Se despoja de su eterno pijama.
Se viste apropiadamente.
Se dirige al baño y se maquilla.
Bienvenida Jennifer.

Deja sólo la luz prendida del comedor
y del porsche.
“Ojala que alguien me visite”, murmura.
Abandona su lúgubre cueva y se dirige a la plaza.
Los faroles alumbran los espacios vacíos.

La joven se dirige en el centro de la plaza y espera.
Luego, un recuerdo de él.
Persisten los cortos besos y las caricias
sobre sus mejillas.
Susurros…
Cruza sus brazos para abrigarse.
Tristeza.

Suspira.
Ojos vidriosos.
Cabizbaja.
Un nudo en la garganta.
Se muerde los labios.
No los puede reprimir.
Primeras lágrimas.

De pronto, siente pasos que avanzan hacia ella.
Qué importa el ahora.
¿Y su destino?
Esos pasos se detienen.
Aquella figura la abraza.
No huye.
Se tranquiliza.
Se disipa su angustia.
La joven descansa y encuentra la paz.
Vuelve a sonreir.
Sonríe.


C’est la vie!

martes, 14 de junio de 2011

Cerca


Una sonrisa se le dibuja.
Once cuadras lo separan de Martina.
¡Ay, cómo recordarla! En realidad, es impensable guardarla en el baúl, si hace dos semanas la conoció.
-Empiezo a quererla... Me gusta -piensa Gustavo. Su sonrisa da envidia. Desea levantar sus brazos en son de vuelo porque cree estar en el cielo. Desea. No pretende hacerlo en público porque le da vergüenza. Cualquier persona que sienta algo especial por alguien puede hasta subirse a un árbol para gritarles a todos cuan De Triana que está sintiendo algo en el pecho.
El pronóstico de tiempo había señalado que el presente día iba a estar completamente nublado con posibles tormentas.
Error.
El sol brilla. Pocas nubes se divisan en el claro cielo celeste.
Cuando pasa la primera cuadra, su sonrisa empieza a desvanecerse. Mete su mano en su bolsillo izquierdo para buscar un pañuelo descartable. Lo halla, pero no palpa su monedero.
-Mierda -balbucea.

Da media vuelta y regresa a su casa. Escucha los leves llantos de su siberiano que pronto se convierten en júbilo. Abre la reja y su mascota salta de alegría. A pesar de todo, le sonríe. Lo calma rascándole las largas orejas. Se tranquiliza y apenas solloza. Saca su llave de su campera de cuero y abre la puerta. Va a su pieza y busca el monedero. Revuelve los cuatro cajones de su mesa de luz. Nada. Debajo de la cama. Nada. En los bolsillos de sus prendas y pantalones. Nada. Pronto la pieza es una selva.
-Ah -masculla.
Va al asiento de su computadora y ve el morral verde que siempre lleva a la facultad. Hoy no tiene clases de Cálculo II. Abre la mochila y busca en los bolsillos. Encuentra el monedero. El susto se le pasa. Lo siente muy liviano. Muerde sus labios para corroborar su malestar: no tiene monedas. Luego recuerda el por qué: usó todas las monedas de la quincena. Todas. En el laburo, en la facultad, en los viajes a la casa de su mamá, en los aburridos trámites bancarios, etc. Necesita monedas. Y varias. Pronto se percata de otra cosa peor: aún no cobró. Se agarra la cabeza.

-¡Qué pelotudo! –se maldice. El único dinero del que dispone es el que va a emplear en la cita con Martina. Y como es la primera salida, desea que todo salga muy bien, perfecto. Apenas llega a los diez pesos. Se siente avergonzado. Saca su celular de su bolsillo interno de la campera y se fija la hora. Es tarde. Por un momento piensa en lo que va a hacer. O bien puede llamarla para decirle que se va a retrasar un poco por el colectivo, o mejor llamar un remis y llegar justo a tiempo. Sin embargo, un remis desde su casa a la de Martina no sale diez pesos. Y sabe que no puede regatearle la tarifa a Darío, el “simpático” conductor del torino. En vez de seguir angustiosas conjeturas y dar una eficaz solución, sale de su desordenada habitación y cierra la puerta de su casa. Su perro nuevamente salta y le babea su cara.
-¡No, Nano!… ¡Salí de acá! –vocifera contra el perro, que se aleja de él y se refugia en su cucha. Otra vez entra a su casa y va directamente al baño a limpiarse las manos y la cara. Ni bien sale del baño, suena su celular. Es una llamada de su compañera de estudio, Daniela. No desea atenderla, porque habla por los codos, pero esa misma chica fue la que la ayudó toda la noche previa a la final de Contabilidad. Está demás decir que aprobó. No puede rechazarla. Ya va el quinto timbrazo. La atiende.

-Hola, Dani.
-Hola, Gonza. ¿Todo bien?
-Todo bien, ¿vos?
-Igual, bien. ¿Mañana venís no?
-¿A dónde?
-¿Cómo “a dónde”?, boludo. A la casa de Nacho. Es el cumpleaños.
Gonzalo se tilda. Luego recuerda.
-Ah, sí. Voy, voy.
Cuando intenta despedirse de Daniela, esta la asalta con una pregunta.
-¿Cuánto tiempo somos amigos?
-¿Qué?
-¿Que cuánto tiempo somos amigos?
-Mmm… no sé… -cuenta con los dedos- seis años creo. ¿Por?
-No… por nada. Pensé que era mucho más.
Silencio.
-¿Qué estabas haciendo?
-No, estaba por salir.
-¡¿A dónde?!
La pregunta emocionada de su compañera iba a conducir a algo cierto: ella quiere acompañarlo. Pero, ¿cómo decirle que no? Todo se sincera con la verdad, duela o no.
-Tengo… tengo que verme con alguien.
-Ah… ¿Con quién?
-Con una chica.
Mientras habla con Daniela, se impacienta. Mira el reloj del comedor. Definitivamente se empieza a ser tarde. Junta el valor y le dice:
-Dani, se me hace tarde. Ya tengo que salir. Te dejo porque sino no llego. Mañana hablamos en la casa de Nacho. ¿Sí?
-Dale… Cuidate Gonza.
-Gracias, besos.
-Chau.

Gonzalo siente que ese “chau” fue frío, distante. ¿Celos? No sabe. Guarda su celular en la campera y se va de allí. Nano no está. Cierra la puerta cuidadosamente para que su perro no lo escuche. Lo mismo hace con la reja. Ya en la calle, otra vez saca su celular para ver la hora. Dentro de diez minutos tiene que estar en la casa de Martina. Suspira. Decide caminar en forma apresurada. A los pocos metros divisa a Jorge, el amigo de su padre. Lo saluda amablemente, sin perder el ritmo.
-Hola señor, ¿a dónde va con tanta prisa?
-No llego a una reunión. Nos vemos.
-Chau. ¡Suerte! ¡Saludos!
-Gracias. Igualmente.
No quiere ver la hora de su celular ni menos preguntarle a cualquier peatón la hora. Es motivo de desesperación y taquicardia. Ve la parad de un colectivo. Hay dos personas y uno de ellos, una señora, hace un ademán de parada. El joven se da vuelta y mira que ese colectivo lo deja paralelamente en la casa de Martina. Suben los pasajeros. Corre tras él y llega al peldaño.
-Haceme la gamba, no podés dejarme acá, a casi diez cuadras.
-No flaco, no puedo.
-Por favor, no tengo nada de plata.
-Flaco, bajate por favor. No puedo. Disculpame.
-Esta bien. Gracias igual -responde desganadamente.
Baja del colectivo.
Ve al colectivo que se aleja.
-Forro -murmura.
Sigue avanzando. Empieza a oscurecerse. Parece que el pronóstico tenía razón. Empieza a sudar. Quiere llegar a su destino.

Pasa veredas. Ve a madres con mochilas en los hombros. Ansían la hora de llegar a sus casas para descansar. Ve a pocas parejas que estrechan sus manos a las de otra. Ve a kiosqueros y canillitas charlando con sus clientes predilectos. Charlas que se traducen mayormente en chismes.
-Por favor, que me aguante -suplica para sí mismo -, queda poco.
Pasa por la vidriera de un bar. Tiene sed, pero quiere detenerse. Finalmente llega a la casa de la joven. Saca de su bolsillo del jean un papel que contiene la dirección de Martina. Es esa. Es una gran casa. Tiene pilares blancos y rejas negras. Las mismas tienen curvaturas haciendo panza hacia fuera de la vereda. Detrás de la reja, una gran jardín, ideal para una fiesta. A lo lejos la casa de dos pisos. Posee techo de teja roja y balcones. Es una mansión. Gonzalo queda fascinado por lo que ve. Trata de recuperarse tras haber caminado más de diez cuadras. Suspira y toca el timbre del portero gris.

-Hola, ¿quién habla? -dice alguien secamente.
-Hola, soy Gonzalo, compañero de facultad de Martina.
-¿Para qué quiere verla?
-Me invitó a su casa.
-Espere un momento por favor.

Mientras tanto saca su celular para ver la hora. Veinte minutos pasaron de la cita pactada. Le da vergüenza. Teniendo el celular, ¿por qué no la llamó?
-Ahora debe estar muy mal, furiosa conmigo. Soy un pelotudo.
Escucha esa fría voz detrás del portero.
-Mirá, me dijo que está muy ocupada en estos momentos. Dijo que se pospone la reunión. Después te llama.
-Ah… -con tono agrio- bueno… Digale que lo siento por no haber llegado a tiempo. Tuve un par de problemas. Que… que no era mi intención llegar tarde. Solamente quería verla. Lo siento.
Siente un nudo en la garganta.
Del otro lado, silencio.
-Bueno, le digo.
Sin decir nada, esa oscura voz masculina se apagó.
-Soy un verdadero pelotudo -murmura.
Se da media vuelta para regresar a su casa. Está un poco cansado. De repente escucha nuevamente esa voz del portero, pero esta vez en carne viva
-Joven… joven… ¿Gonzalo?
Se da vuelta y responde a su nombre.
-Pase un momento por favor.
El hombre detrás del portero no es sino el mayordomo. Impecable: corbata gris, camisa blanca, saco y pantalones negros y lustrosos zapatos.
-Acompañame.
Caminan por un angosto sendero que conduce al hall de la casa.
-Pase, por favor.
-Gracias -dice entrañado.
Es un gran lujo el comedor. Caoba y cuero negro revisten toda la sala. Muebles y sillones fastuosos. El piso beige, lustrado.
-Sientese, por favor.
-Permiso -se sienta sobre el sofá de cuero situado al lado del sillón de tres cuerpos.

-He hablado con la joven, Martina. Ella está en su habitación y me dijo estas textuales palabras: “No quiero ver a nadie. Estoy muy ocupada para atender a ciertas personas. Si viene un chico llamado Gonzalo decile eso. No quiero verlo”
-Entiendo su enojo -dice cabizbajo- pero se me presentaron varios problemas. Mala suerte fue. El tema fue el viaje. Se lo juro, fue el viaje.
-Joven, no se que responderle. No soy Martina. Lo hice pasar por órdenes de la joven. Ella mismo dijo que le dijese en persona su estado. Y ya que cumplí con esa orden, podría acompañarme hasta la entrada, por favor -se dirige a la puerta.
El joven no sabe qué decir. Está triste. El mayordomo lo ve y apenas siente piedad.
Se despega del sofá y se dirige hacia la entrada. Se detiene a mitad de la sala y acto seguido, en un gesto extremo, se arrodilla:
-Pocas veces hice esto, me... me…da vergüenza -balbucea cabizbajo- pero quiero verla, por favor… De verdad, quiero pedirle disculpas por haber llegado muy tarde. Me siento mal por eso. Quiero decirle que la paso bien con ella: cuando la veo y cuando hablo con ella… Siento cosas por ella… No… no sé si ella siente lo mismo, pero esa es la realidad… Por fa… por favor, quiero verla.
La sombra acompaña a su rostro cabizbajo. Tiene los ojos vidriosos.
-Levántese por favor y retírese -ordena el mayordomo sin ningún gesto de compasión.
-Por favor… quiero verla -muerde sus labios y luego dirige su mirada a aquel señor- Por favor.
Luego, su vista se oscurece. Se estremece. Al principio siente temor, pero luego ese miedo se transforma en confort, en ensimismamiento, en felicidad. Siente un par de delicadas manos que tapan sus ojos y escucha un leve susurro en su oído derecho. Es una voz envolvente, preciosa:
-Acá estoy… No me ves. Ahora yo te veo.
Luego, un beso en su mejilla izquierda.


C’est la vie!

martes, 7 de junio de 2011

Facultad o Samuel o Todos los Perros… o Título / Contenido VI


Ahora se da cuenta cómo es.
Esa fatídica realidad de la que nunca
quiso verla o intimarla.
Domingo a la mañana asalta
a un mediocre sujeto.
Un domingo gris. Triste.

La enfermedad de su perro se agrava.
Echado a la suerte, no se mueve de su alfombra.
Sus ojos lagrimean; su hocico, seco;
su cola, sin signo de vida
No desea salir al jardín.

Otrora, ese canino tenía LA facultad.
Salía disparado al jardín y jugaba con su dueño.
No importaba si había sol o lluvia.
El jardín, feliz.
En momentos así, uno no piensa
en que un día ese cuadro se va a desdibujar.
Maldita enfermedad.

Rechazo a la comida y su facultad.
Días, tardes y noches se volvieron igual:
acostado y mirando detrás de la ventana
como si estuviese hipnotizado por el tedio.
Luego, el malestar.

Decaimiento y convulsiones.
Su amigo intenta reanimarlo.
De nada sirve el RCP.
Los llantos del perro achacan su corazón.
Muerde sus labios e intenta reprimir el llanto.
Es inútil.
Los gemidos duelen.

El dueño sale al jardín y se agarra la cabeza.
Sus dos manos tratan de controlarla.
Es una triste tragedia.
Hay que tomar una decisión… correcta.
Hay que terminar con su sufrimiento.

Llama al veterinario.
No hay cura.
Viene cerca del mediodía.
Garúa.
El examen conduce a su fatal destino.
Por sus venas corre el veneno.
Lo toma de su pata en son de consuelo.
Lentamente, su pesar se adormece.
Cabizbajo.

Pasa a la eternidad.
Lágrimas silenciosas.
Va a pasar un largo tiempo
para hallar una nueva felicidad.
El jardín, descuidado.


C’est la vie!

sábado, 28 de mayo de 2011

Sonido Atmósfera


¿Qué ocurre cuando uno se harta? Exacto: cambia todo. No quiere saber nada del pasado. De hecho es capaz de desdeñarlo. La clave es, quizás, progresar. Explorar nuevos terrenos que nos lleven a romper con las reglas. Nombremos dos ejemplos, por capricho de quien les escribe: el dadaísmo rompió con la estructura clasista de estética al erigir un objeto cotidiano como una obra de arte (Fuente o el mijitorio de Duchamp es un claro ejemplo) O sea, cualquier cosa podía pasar. El azar era el caballito de batalla. Y el otro ejemplo es Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band de The Beatles. Publicado en 1967, en plena psicodelia, este disco se alejó completamente del sonido que habían construido hace tres años a base de rock para adentrarse a otro, como el jazz, el music hall y la música oriental. Todo esto se resume a experimentar, una tarea inaudita, incapaz de ser digerible para muchos. La banda británica Radiohead pasó por este estadío cuando en 1997 publicaron su tercer disco, el grandioso OK Computer.


La banda oriunda de Oxford, formada a fines de los 80, había desechado por competo su rock alternativo (Pablo Honey, de 1993, y su kurtcobiano Creep) y el melancólico pop guitarrero (The Bends, de 1995, o la mezcla de U2 y R.E.M.: High & Dry) cuando sacaron en 1997 el mencionado LP. Hay rock, pero poco. El sonido es nocturno, envolvente, opresivo, pero al mismo tiempo, extrañamente bello. De hecho, suena al Dark Side Of The Moon de Pink Floyd. Hay experimentación de sonidos, como el uso de sintetizadores, pedaleras, intensas cuerdas, xilófono, etc. Sin embargo, este disco lo analizaremos más adelante. Por ahora, no es el momento. Nos detendremos en un single. Una canción que representa ese drástico cambio sonoro es Meeting In The Aisle. De hecho, es un lado B que acompañó en agosto de 1997 a la tétrica Karma Police.


La instrumental canción se despierta débilmente con un infantil teclado con eco, para luego entrar a la sección ritmica de la batería y terminar admirablemente con la fusión de los efectos de pedaleras y el bajo. Los riffs guitarreros se vuelven envolventes al usar los pedales que suenan a violoncellos barrocos. Para este momento, uno se siente triste, acongojado. Un nudo en la garganta. Pero a pesar de todo, reconfortable. No estamos solos. Sentimos una vaga imagen, la de cerrar los ojos, hacer una pequeña mueca de confort y danzar o tirarse sobre la cama como un ser cansado. O imaginarnos cualquier minúscula escena.


No hay nada para decir, sólo hay que escuchar. En esta oscura atmósfera de tres minutos se puede divisar algo. Es borrosa la imagen. A cada paso que hacemos nos encontramos con personas. En el presente se respira nostalgia. Desde que tenemos uso de razón (¿hay que determinar exactamente el día, la hora y el clima en que empezamos a utilizar los dos hemisferios?), para bien o mal, hemos hecho cosas o presenciado eventos, ya sean menores o substanciales. Pero en cuanto a toparnos con personas… ¿Con cuántos nos encontramos accidentalmente o no con ellos? ¿Alguien lleva cuenta de eso? Alguien debe hacer esa tarea para enrostrarnos y hacernos sentir por un minuto ruborizado o avergonzado.


Gente rica o pobre en cuanto a lo material y razonal. Gente joven y adulta que acumulan maravillosas y desastrosas experiencias de la vida. Gente bondadosa y malvada. Gente extrovertida y retraída. Gente talentosa y mediocre que saca provecho de esa idoneidad y viceversa (Guiño a Sábato: “Ser original es poner de manifiesto la mediocridad del otro” de El Túnel). Gente divertida y apática. Gente trabajadora y vaga. Gente inocente y culpable de hechos aberrantes. En fin, aspectos positivos y/o negativos encontramos con cada sujeto que tropezamos en la vida. Acá, allá, por todos lados.


Pero ¿hay tiempo para conocerlos a todos? ¿Tenemos el suficiente tiempo para detenernos y charlar acerca de su vida? El tempo de la canción distingue algo: no hay un prolongado momento para parar. Nuestras pisadas avanzan cual tic-tac de un reloj. Avanzamos y avanzamos en un sendero extraño, donde hay pasillos testigos de encuentros fortuitos y amargos. La mirada está puesta mayormente adelante. Nuestros ojos son fugaces al divisar a alguien acercándose. Vemos que se acerca y nos convertimos rápidamente en seres cabizbajos y luego retomamos a nuestra frente en alta. ¿Qué pasa? Nuestra vista pasa como el paisaje borroneado, desdibujado mirado a través de la ventanilla de un tren.


Luego, la pieza baja momentáneamente con un eco. Un descanso breve. Nuevamente el cuelgue de pedal. Esta vez más fuerte. Y de vuelta el bajo y la batería ritmica acompañan el increscendo sonoro hasta desvanecerse. Empieza perezosamente para luego continuar con su continuo leit-motiv: el de encontrarse en el pasillo. ¿Qué tipo de encuentros?: ¿extraños?, ¿casuales?, ¿momentáneos?, ¿dulces?, etc. ¿Qué pasillo?: ¿el del subte?, ¿el de la acera?, ¿el del pub?, etc. ¿Importa?

Aunque sea por un efímero momento, es un placer encontrarse de golpe con ciertas personas, más aún si resultan ser interesantes porque nos dan un significado más de vida: el de no sentirse solos y compartir dichas, sufrimiento y amor… Sí, sonó cursi, pero bueno… Así es la vida, ¿no?


Radiohead - Meeting In The Aisle




C’est la vie!

martes, 17 de mayo de 2011

Tiempo Final


Los nervios provocan lo peor de Jessica. Vomita sobre el sucio suelo cubierto de hollín y herrumbre. Martín y Gonzalo se corren hacia atrás y sueltan sus nefastas carcajadas. La victima solloza entre saliva y saliva que cae sobre sus labios partidos. Llora. Balbucea.
- ¡Miss Primavera llora! ¡Una actriz de la mierda! -vocifera Martín. Su grito se hace eco sobre el oscuro sótano. La humedad es insoportable. Pilas de diarios viejos están empapadas. Los vidrios de las ventanillas superiores del techo están rotas, pero cubiertas con maderas de roble. El paso del tiempo evidencia su putrefacción. La única iluminación: una bombilla que cuelga sobre el techo. El cable que la sostiene es endeble. Se pueden divisar finos cables rojos y azules entrecruzados.
-¡Por… fa… vor! -suplica de modo entrecortado la morena chica.
Su cara se encuentra totalmente desfigurada. Moretones en su alicaída cara. Su tabique está desviado y sus labios, partidos. Su remera verde pastel se ha convertido en roja por la cantidad de sangre que expidió de su cara y boca. Los jeans, ídem. Tres moscas vuelan a su alrededor como hambrientos cuervos. Pronto se sumarán más. Despide un desagradable olor. Es un monstruo, pero acobardado.

Martín se acerca a ella y le escupe directo a los ojos. Luego le da una patada al pecho y cae sobre el sucio piso. El fuerte golpe le provoca un severo desvanecimiento. El joven violento salta de alegría. Gonzalo siente un nudo en la garganta.
Los sujetos se acercan a Jessica y se agachan para ver si está viva.
-Eh, puta de mierda. Despertate -dice Martín
La agita de los hombros. Nada. Le da cachetadas. El mismo resultado.
-Tomale el pulso –le dice a Gonzalo.
Temeroso, agarra la muñeca derecha con los dos brazos y espera el pulso. Espera.

Silencio.

Silencio.

Silencio.

-No, no tie… no lo tiene -Gonzalo suelta la muñeca de la joven. Se incorpora del piso y da unos pasos atrás hasta tropezar con el armario.
-¿Cómo que no tiene pulso, boludo? Fijate bien antes que yo te mate.
-No tiene pulso, idiota. Que te estoy diciendo.
Martín toma la otra muñeca de Jessica y espera. Gonzalo respira fuerte. Como si la faltara el aire.
-Esta pelotuda no tiene ni sangre en la venas. Te das cuenta que clase de persona es.
Se levanta del piso y agarra un sucio balde de metal situado a la par de la escalera. Contiene kerosén.
-Con esto de tiene que despertar -dice con una sonrisa maliciosa.
Vierte violentamente todo el desagradable contenido sobre el rostro de Jessica.
Nada.

Se acercan al cuerpo de Jessica para asegurar si está viva. Nada.
Martín saca de su bolsillo izquierdo un paquete de cigarrillos. Saca uno y se lo lleva a su boca. Busca su encendedor Zippo de plata que le regaló su novia en sus bolsillos de su jean oscuro. No lo halla.
-¿Viste mi encendedor?
-¿Para qué?
-¿No me ves, boludo?
-Si te veo, ya se lo que vas a hacer.
-Ayudame a buscarlo.
-No.
-¿Qué dijiste?
-Ni en pedo te lo busco. Ya fue suficiente. Me harté. Me voy.
-Pará, pará, pará -lo mira con agudeza- ¿Cómo es eso que “Ya fue suficiente. Me harté. Me voy”? ¿Ahora te arrepentís? ¿No te acordás lo que te hizo esta puta de mierda? -apunta con su índice derecho al cuerpo- ¡¿Te lo repito?! ¡Te humilló!
-No era necesario que me lo digas de vuelta -solloza-, pero creo que hay un límite. Basta... Por tu culpa, estamos en esta situación de mierda.
Martín mira fijamente a Gonzalo. Mezcla de odio y perplejidad.

-Escuchame, pelotudo… Vos tenes la culpa. Vos me viniste a ver a casa. Llorando como un puto que da lastima por ahí, mendigando ayuda. Que querías contención porque no podías soportarla. ¿Te acordás?
-Sí -balbucea. Sus ojos, vidriosos.
-Te dije, hagamos esto y vos acataste. Asentías con la cabeza casa paso que tenía que hacer. Te dije si estabas seguro de lo que debía hacer. ¿Y vos? Sí. O sea, estamos los dos hundidos en esta mierda.
Gonzalo suspira y agacha su cabeza.
-Pero, a ver, Martín… ya van tres meses de estar encerrados acá. Apenas pude salir de acá para tomar un poco de cerveza… Me estoy volviendo loco. Además, es muy seguro que la están buscando a esta mina. Tarde o temprano va a venir la cana…
-¿Qué mierda queres hacer? –interrumpe.
-Ir a la policía y decir todo.
-Ahora el puto tiene remordimiento por lo que hizo… ¿Me vas a acusar?
Silencio.
Antes de pronunciar un veredicto, Martín lo golpea a Gonzalo en el estomago con su puño derecho. Grave es el dolor que se cae sobre el piso y trata de respirar, pero no puede.
-¡Pedazo de pelotudo! ¡Te humilló! Te lo voy a hacer recordar… Ese sábado te dijo que no servías para nada frente a todos los clientes. Esta encargada pedorra te hizo la vida imposible: te basureó y te maltrató, de pies a cabeza. Fuiste a mi casa y dijiste “Quiero matarla”. Te dije que recapacitaras, pero hinchaste tanto los huevos que querías que sufriese lo mismo que vos, pero peor.
Mientras mas recuerda, su mente empieza a ponerse en blanco. Se acerca a Gonzalo y le da fuertes patadas al vientre del joven. Mientras patea, prosigue.
-¿Te acordas? La esperamos a que salga a la noche del laburo y le pegué un martillazo atrás de la cabeza. Me ayudaste a ramearla por la calle y le decías a cada boludo que nos veía “Está borracha. Se tropezó con un pedazo de fierro”. Llegamos a mi casa. Bajamos. La atamos, la hicimos cagar de hambre, la puteamos y la matamos a golpe. Ahora te arrepentís, pedazo de mierda... ¡Buscá el encendedor! -deja de patearlo.

Gonzalo tose y escupe sangre.
-¡La puta madre! -levantate y busca lo que te dije -se agacha y lo levanta de los hombros bruscamente y lo lanza contra el cuerpo maniatado de Jessica. Se acerca y nuevamente lo levanta del piso.
Con las pocas fuerzas que tiene, Gonzalo le escupe sangre en los ojos de Martín.
-¡¿Qué mierda tenés en la cabeza?! -grita Martín.
Gonzalo se abalanza contra él y lo lleva contra la mesa de madera. Forcejean el uno contra el otro. Mientras que con la mano izquierda intenta detener al débil joven poniéndola sobre su pecho, Martín palpa la mesa en busca de algo y lo halla. El viejo martillo de su padre. Con todas sus fuerzas lo golpea en la cabeza. El joven se tambalea y siente la sangre que brota de su sien. Se abalanza y lo golpea nuevamente. Se desmaya y lo martillea hasta dejarlo muerto. Mientras lo hace, grita con odio.
-¡Hijo de puta!
Luego de cinco minutos, se detiene. Mira la cabeza hecha trizas de su amigo. De repente se percata que alguien lo está viendo. Mueve sus ojos. Se percata que rápidamente cerró sus ojos claros. Se acerca al cuerpo.
-¡La concha de tu madre! Se aproxima velozmente a ella y martillea contra su sien durante cinco minutos. Luego tira la herramienta contra la puerta del armario.
-¡Hija de puta! -le grita.
Está agitado. Gira su cabeza por todos los sucios lados del sótano.
-¡¿Dónde mierda está el encendedor?!


C’est la vie!

martes, 3 de mayo de 2011

Cuaderno de notas: Agrimensora


Un anhelo que acaricio: conocer a alguien.

El trabajo me demanda, me carcome la garganta.

Darío, su nombre.

Duele cuando pasa delante de mí ¿Es conciente de mi presencia?

Comprar un block de resmas. Papel especial a elegir.

Sueño con él. Sonrío.

Atreverse: es fácil decirlo.

Melancolía, tristeza, pesadez. ¿Cuál opto?

Remarco la palabra alegría.

No me gusta la palabra depresión. Me suena a continua terapia.

¿Suena a cursi lo que escribo?

Contemplación sobre una rambla. ¡Adiós sol!

Colgada a su cuello.

Hacer arreglar la suspensión trasera.

Gente y lugares que extraño. ¿La escuela abrirá sus puertas?

Comprar un nuevo trípode. Mismo color.

Lo siento.

Jueves 18 / 16:30: reunión con el gerente. Un idiota.

Esgrima: deuda pendiente.

Un pequeño olvido: Darío me miró. Bajé la mirada. Gusto a novela.

No es un cliente. Es mí cliente.

Imagino, pero no me cuelgo.

La ilusión es una oda rosada. Pero se siente muy lindo, como correr sobre un ardiente prado de rosas.

Doy vueltas. Ojos cerrados.

¿Cómo puedo enamorarme si ni siquiera lo conozco? Un dulce misterio.

Mañana: mi cumpleaños. Sonrío.


C’est la vie!

lunes, 1 de marzo de 2010

Algo Ignoto


Mórbida. Luce extrañamente bella. Contempla la sombra sobre sus parpados. Carece de cosméticos, pero no reniega de ello. Ella es natural, pero siente pesadez en su espalda. La carga de haber nacido así. Ni tan alegre, ni tan triste. La bipolaridad se presta a la confusión, pero en realidad no sufre esa aflicción. El limite que borda entre la ensoñación y la pesadilla, entre la esperanza y la desilusión. La comodidad de vivir entre las orillas de la extrañeza. ¿A quien culpar sobre su estado?

El pardo, su color. Su rostro, mutis. La noche, su momento. La gala, hoy. El reflejo de Catalina en el espejo no dice nada. Aunque, hay algo para dilucidar. Trata de no mostrarse emocionada frente al reflejo porque teme a que ría de ella. Anula todo pensamiento y su mente que da en blanco. Nada corre sobre ella. Sólo una lágrima. Después, nada más. La vieja lámpara del baño permanece tiesa y se resiste a ser manoteada para su correspondiente desecho. La ilumina desde lo alto, como una reina. Como una chica coronada o echada a la suerte de los hambrientos sabuesos. El espejo no puede develar el misterio de esa noche que se encierra en la mente de la joven. Apenas sonríe. Desliza sus tiesos dedos sobre su pelo lacio Los claros azulejos, el espejo del botiquín, la lámpara y la lágrima sobre la pileta la despiden para verla ¿nuevamente?

Catalina agarra su blusa del sillón de cuero blanco y deja la casa por un momento. Necesita despejarse. Cierra con llave y mira a su alrededor. Lo único despierto son los postes de luz que irradian protección y valoración a cualquier desamparado que sea escupido por alguien. Corre una brisa que recuerda lo fresco que es la noche sin esa persona que dijo abruptamente una vez “Basta”. El pasto espera la inevitable escarcha para sentir por una vez en la vida que puede resistir la suavidad ante la indiferente pisada que machaca su supervivencia. Los desvelados miran el techo o las intercaladas sombras de sus persianas entreabiertas. Los afortunados, sonríen sobre las almohadas. Las pequeñas riñas entre gatos sobre los techos no impiden el onírico lapso. Se dan cuenta que la irracional pelea no conduce a nada fortuito, por lo que se cansan y cada felino parte por caminos diferentes. La noche padece una cierta tranquilidad. Catalina suspira y emprende su marcha hacia el cementerio, un lugar que lo define como “un cielo terrenal”.

Fuerte oscuridad y efímera iluminación. La delgada sombra de Catalina se entremete entre la presencia de los postes de luz y su respectiva ausencia. Pocos autos se atreven a descansar sus motores sobre el pavimento luego de un pesado día de idas y vueltas. ¡Cuántas regresiones acertadas y erróneas! Logros y desperdicios. La joven llega a su parada, pero la verja esta cerrada con candado y cadenas, cual calabozo impenetrable para los intrusos débiles o intrépidos. No se resigna. Camina al costado de las paredes blancas que rodean al cementerio. Le es imposible escalar semejante altura. Los veinte metros de altura justifican su dificultad. Sin embargo, esa traba tiene un límite a los pocos metros de distancia.

Detrás del tupido matorral, el alambre de púas ha carecido a lo largo de años ese poder de detención o intimidación. Catalina observa el endeble estorbo y acierta su hipótesis al comprobar que el alambrado está abierto de par en par. Se aventura a traspasar y a jugar con el latente peligro de que la descubran por infringir un lugar público, pero también privado. Los serenos caminan cuidando sus espaldas. Temen por morir en un lugar de paz. La tierra todavía está húmeda por la lluvia de hace tres días. Se sube por la vereda y camina por el angosto camino. Algunas tumbas están deterioradas por la injusta indiferencia de sus allegados. Las pocas que poseen placas están corroídas por el paso del tiempo. Algunas están hechas de acero y madera, pero mayormente están fabricadas por el temprano consuelo. A lo lejos, Catalina ve un farol de luz incandescente. Alrededor de él, sombras. El lugar.

En vez de seguir una línea recta para llegar a esa zona, decide recorrer un poco el lóbrego lugar. Viejas cruces se avergüenzan de aquellas nuevas que ostentan una prematura muerte. “Luís: en la memoria de tu hermana”; “Sara: siempre vas a estar en mi mente”; “Lucas: por algo Dios te quiso en su plan divino. Se feliz”; “Angélica: te voy a extrañar mucho, tu hijo”. Los epitafios desfilan al costado de ella, pidiendo un poco de atención en esta noche. ¡Cuántas veces nos hemos sentido de esa forma! Creemos que alguien nos está siguiendo, observando y cuidando. Si no hay temor, se siente cómodo al saber que esa alma nos va a guiar por un buen camino. Los frondosos árboles que cobijan los sepulcros aún permanecen vivos en un lugar que sucumbe. Los grillos empiezan a cantar buscando una grata compañía. Temen ser acorralados por un predador, así que se refugian en pequeños hoyos para salvaguardarse. Catalina llega a la zona alumbrada.

La joven no había advertido las guirnaldas colgadas alrededor del farol. En cada unión de ellas, hay una lamparita que destella una luz rojiza. Afuera de ese improvisado círculo, hay ocho estatuas que recuerdan la dolorosa partida de ese ser querido. Algunas miran hacia el cielo esperando por su regreso. Otras apoyan su cabeza sobre sus manos en son de resignación. Pero todas están afligidas. Dentro de ese círculo hay varios jóvenes que están sentadas sobre el pasto o sobre el banco y otros duermen sobre las tumbas. El aire, taciturno. El color de ropa de los ¿intrusos? varía. Las mujeres visten de blanco y los varones, de negro. Colores que no contrastan bastante en esta etapa del día. Catalina se acerca al joven echado sobre el césped y se agacha para conversar:

-¿Qué te pasa? –le dice al joven.
-Quisiera decir nada.
-Decime… -apoya su mano derecha sobre el hombro de él.
-No, no…. Es… es largo de contar –balbucea y se da la vuelta para no verla- Disculpame, pero quiero estar solo.
-Así es él –dice alguien detrás de la espalda de Catalina.
Se da vuelta y es una joven. Es pálida, de ojos café y pelo corto lacio. Parece un ángel.
-Bueno, en realidad, casi todos somos así. Un poco desconfiados, un poco tristes –se rasca la cabeza- Me llamo Nina ¿vos?
-Catalina –responde- Yo también lo soy.
-¿Triste o desconfiada?
-Las dos cosas –dice con una sonrisa.
-Vení, dejémoslo solo a Patricio.

Nina la acompaña hacia donde está una de las estatuas. Luego apoyan sus espaldas sobre tal monumento.
-¿Qué hacen?
-¿Nosotros? Sólo buscamos la comodidad de estar triste. No se si la hallamos… -traga un poco de saliva.
-¿Por qué esa tristeza?
-En un momento fuimos alegres, pero esa dicha terminó para quienes estamos acá. ¿El culpable? –mira las estrellas- El culpable…
-Nacimos así, ¿no? –pregunta Catalina.
-Puede ser, pero creo que el responsable fue lo palpable… No se si me entendes.
-Más o menos.
-Un amor no correspondido, la partida de un familiar, llamalo como quieras. Es una mochila pesada la que llevamos. Todos llevamos un pesar. Tendría que estar colmado este lugar. No lo está porque algunos prefieren ignorar ese pesar. Prefieren mantener su cabeza totalmente ocupada. Bien lo hacen, pero algunos no olvidamos. Como nosotros.
-Sí, ahora te entiendo… ¿Y que perdiste? O ¿a quién perdiste? –corrige.
-Me dejó mi novio –mira al costado izquierdo.
-Nina… -ella apoya su mano derecha sobre el hombro.
-No, esta bien –vuelve a verla y trata de no romper en llanto –Somos frágiles cuando nos preguntan sobre la causa de nuestra congoja. Nos estamos acostumbrando, ¿viste?

-¿Quién no se acostumbra a algo? El que es monótono ya lo tiene incorporado.
Se suma a la conversación un joven que aparece por detrás de Catalina. Como todos los varones, viste de luto.
-Ah, Lucio. Te apareces como un fantasma –le sonríe Nina.
-Un fantasma con anteojos –arregla el joven.
-Lu, te presento a Catalina.
Ambos se saludan con un beso en las mejillas.
-Holes a jazmín. Que rico.
-Gracias.
-Lucio, con todo respeto, pero… ¿podes verme? –le pregunta Catalina.
-¿Te soy sincero? No.
-Cata –se acerca al oído de ella-, te comento que él nunca se sacó los anteojos.
-¿Por qué?
-Desde que mi novia “murió”, perdí el amor. También perdí el valor de enamorarme de nuevo. Si miro a una chica directamente a sus ojos, voy a caer en esa tentación y voy a perder a una amiga. Se que parece loco, pero soy así.
-No voy a juzgarte. Cuando perdemos, en tu caso, a una pareja, ya el mundo nos parece distinto. Tal vez indiferente. Pero uno cambia. Cuando se va extrañamos su mirada, su sonrisa, sus caricias, su voz… –hace una pausa- Creamos un mundo en donde nada puede pasar, pero algo, una diminuta partícula, se filtra en ese universo y todo se derrumba. Una infidelidad, una torpeza, una rutina, algo irrumpe esa sinfonía y provoca el quiebre de esa relación. ¿Se puede vivir? –les pregunta.
-No se… -titubea Nina- Al segundo en que esa persona se va, queremos morirnos. Una gran parte de nuestra vida se fue con ella. ¿Y con qué quedamos? Un corazón vacío que sólo hace fluir angustia. No es caemos fácilmente cuando se desvanece el amor. Pero creo que hay una llamita que nos ilumina. Que nos dice que tenemos que seguir adelante, a pesar de lo ocurrido. No quiero decir tragedia, pero… lo es.

-La verdad, Cata…-continúa Nina- Yo estuve a punto de acompañar a todas estas almas –hace un ademán hacia las tumbas circundantes- aquel día gris. Cuando él me abandonó, fui a la estación de tren. No lo pensé ni lo medité. Solo fui allí. Mientras caminaba hacia ese lugar, mi mente estaba en blanco. Cuando llegué al andén, sentí que el viento me empujaba para entregarme a ese triste lecho de hierro desgastado. No te voy a negar. Mil imágenes de me cruzaron por mi mente: mis viejos, mis pocos amigos y mis recuerdos, pero más él. Cerré mis ojos y caí. Dolió. Me lastimé el pecho, el mentón y mis brazos. Esperé al tren, pero a los pocos segundos de la caída, llegaron varias paresotas para ayudarme. Me alzaron y me llevaron a un banco cercano al andén para hacerme sentar y esperar por la ambulancia. Recibí mucho consuelo. Mejor que el que me dio… mi novio –mira al costado derecho para reprender sus lágrimas y luego vuelve a ver a los chicos.

La brisa es fresca y fuerte. El viento sopla del agrio sudeste. Las estatuas aún permanecen firmes, pero sus corazones empiezan a flaquear. Pareciera que tales figuras esculpidas lloraran por la pena de provocar amargura sobre aquellos turbados transeúntes. Las guirnaldas se mueven de aquí para allá. Las luces empiezan a parpadear. El farol no se queda atrás.

-Ya que hablamos de la ¿vida?, no intente matarme. Pero sufrí –aclara Lucio-. Marisel se llamaba. Me gustaba mucho. Nunca le quité la mirada desde que entró por esa puerta. Pero como ustedes sabrán, debe haber una cierta correspondencia para que funcione algo. Ella no me registraba. Así de simple. Ella se sentaba delante de todos y yo desde e fondo deseaba tenerla sobre mi cuello. Así era todos los días. Hasta que las clases terminaron. Después de la graduación, nunca más la vi. No… No tuve el suficiente valor de acercarme y decirle que me gustaba. Antes del fin de clases y después no verla jamás lagrimeaba. No la tuve. Pero les aseguro que pensar en esa persona te aviva el corazón. Dije pensar… y no tenerla –dice resignado.

-A muchas personas, inclusive a mí, nos gusta soñar que ese chico o chica viene a agarrar nuestra mano y darnos un beso. Nos alegramos, saltamos, reímos, pero más que nada, somos queridos por alguien. Pero, ¿de qué vale amar si no hay una justa retribución? Cuesta despegarse de esa ilusión. ¿Está mal si digo que amar no sirve de nada? –busca las respuestas en sus caras- Par aquel que siempre le fue rechazada la opción de amar y, lo más importante, ser amado, le es inútil querer. Hablo del rechazo como una costumbre. Par aquel que fue rechazado pocas veces en su vida, no importa ese tema. Le es superficial –afirma Catalina.

-No creemos, somos… -la voz de Lucio se debilita.
-Amen –agrega Nina y pone su cabeza sobre el pecho de Lucio.
Catalina no sabe que agregar. Pronto advierte la presencia lejana de una chica que se acerca a ellos. Lo único visible son sus ojos cristalinos. Desaparece de la oscuridad y finalmente se suma al grupo.
-¿Qué pasa, Julia?
-¿Julia?... Mejor Rocío.
-¿Por? –pregunta Nina.
-Se produce un largo silencio. Los tres jóvenes miran los ojos de Julia. No necesitan una respuesta lógica o rebuscada. Ni siquiera hacen faltan los comentarios.
-Sí, lo somos –añade Catalina.

Larga Vida a la Melancolía!!!!!

viernes, 20 de noviembre de 2009

Una Pieza


Sus ojos tratan de encontrar una respuesta simple en el cielo, pero sólo halla una ardua y complicada contestación que prefiere acallarla con un beso en la boca de Micaela. Sus labios se enlazan como una vívida enredadera. Sus corazones se crispan y sus colores se tornan más fuertes. Ella apoya suavemente su mano derecha sobre el pecho de Nicolás para detener la creciente pasión. No es un estorbo, sino una duda que la ha asaltado imprevistamente en su mente.

-Nico, ¿Por qué no me respondes?
-¿A qué? -le dice en un tono dulce sin despegar sus ojos marrones sobre los de ella.
-Si… si me queres –titubea y desprende una ligera sonrisa.
-Sí, más que querer, más que estimar... ¿Cuál es esa palabra? –la contempla sin parpadear y la besa- te amo. ¿Eso contesta tu duda?
-Sí… -sonríe.

La pareja se encuentra recostada sobre la corteza del álamo de la plaza. Comúnmente los domingos se llena este espacio natural, pero no hay ningún individuo que se halle acostado, jugando o paseando su reflexión. Salvo ellos. Micaela se vuelve parar mirar la plaza y se acomoda sobre el cuerpo de su novio, quien le acaricia con su pulgar su mejilla izquierda.
-Nico…
-Sí, decime.
-No, no,… nada –agacha su cabeza y su flequillo oscuro pende sobre su frente.
-No, decime, ¿qué pasa? –le susurra en su oído izquierdo.
-No es nada grave, sólo que… -hace una pausa- bueno… -levanta su cabeza y gira a la izquierda para tratar de verlo- es que ya estamos de novio hace siete meses y quería preguntarte si pensaste en comprometernos seriamente.
-Mica –le da un beso en su mejilla derecha-, todo este tiempo estuve pensando en ese tema. Lo que no entiendo es por qué estas agobiada.
-Lo que pasa es que tenía miedo de que esta relación no iba por un buen camino. Digo… pasaron los meses y pensé que… bueno, que no me querías más. Debe ser difícil, muy difícil forzar una relación.
-Sí, una relación hipócrita –se acomoda sobre el árbol- pero… ¿cómo vas a pensar en eso, Mica? Yo te amo y nunca, pero nunca se me pasó por la mente dejarte. A ver… los meses que vimos pasar frente a nuestros ojos, ¿no fueron excelentes?
Micaela asienta con la cabeza.
-Compartimos muchas cosas. Pero lo que más reforzó la relación fue el mutuo respeto.
-También el cariño –se da vuelta para ver a Nicolás.
-¡Cómo olvidar la clave del éxito! –le da un corto beso en la boca –Cómo olvidar el… -acalla sus palabras, le toma la cara con ambas manos y la besa.
Ambos cierran sus ojos y se pierden en ese maravilloso mundo de amor.

-Mica.
-Si, decime.
-Quiero el compromiso.
-¿Lo decís en serio? –le pregunta mostrando una gran sonrisa.
-Claro, no jugaría con ese tema. Yo también lo estuve pensando y ya es hora que le digamos a todo el mundo que Micaela Espíndola –le agarra su mano derecha y la besa –y Nicolás Ramos se aman profundamente. Se que suena raro, pero no me salen otras palabras.
-¿Raro? No entiendo. ¿Por qué decís que es “raro”?
-No lo sé… -se pasa su mano derecha por la frente- No es muy común que se escuchen esas palabras… No sé… son muy propias de…
-Novela –termina lo que acaba de decir su pareja.
-Sí, novela, pero no es que esté mal. Lo que pasa es que… a ver… En que lío me metí también
-No creo que sea raro y de novela lo que me dijiste. Si lo dijiste es porque lo sentís. Además pocos hombres se atreven a cruzar esa zona de heroica cursilería.
-No te entiendo.
-Claro, vos sos una excepción entre los hombres por tu especial forma de tratar a tu novia –se acerca más a Nicolás-. ¿Por qué te amo tanto? Me escuchas cuando estoy alegre o cuando me derrumbo; estas siempre presente aconsejándome de lo que debo hacer; me contenes con simples palabras, caricias sobre mi cara y mis manos, abrazos y besos; me miras como si fuera la parte esencial de tu vida… ¿Eso es raro?

Nicolás permanece en silencio.
-Ahora sos vos el que está callado –dice Micaela y apoya su frente sobre la de él.
-Emmm…Sí… La forma en que dijiste eso fue… de novela –ambos se ríen-, pero si lo fuera por qué no simular que estamos en ella. Por qué no mirarnos, agarrarnos de la mano y besarnos. No se me ocurre un nombre para esta novela, sí el contenido –se distancia de ella y le agarra ambas manos-. Sobre dos personas desconocidas que viven en una tierra alejada de todos los agobiantes problemas. Dos personas extrañas que se conocen por la magia del destino y de ahí en más descubrieron la emoción de encontrarse en forma inesperada por los pasillos de la facultad. ¡Cuanta felicidad…
-… se respira en mi corazón! –continúa Micaela y toma la mano de Nicolás para llevársela a su pecho- Ambos piensan esas palabras, pero lo acallan para no destronar esa reciente amistad. Si bien se sienten seguros de lo que sienten por el otro, temen que uno de los dos sepa el dulce secreto. Pero, ¡qué importa el después! Deben atreverse a manifestar sus sentimientos, si no…
-se arrepentirán –prosigue el joven y acaricia su mejilla con su pulgar derecho- ¡Cuánto vacío se siente cuando no se dijeron realmente las cosas y se pone como pretexto una broma! Los malentendidos también ayudan a que estas desconocidas personas partan hacia rumbos distintos y se vean obligados a olvidar todos esos episodios de charlas y risas. Las consecuencias dejan sus secuelas y tardan en cicatrizar. Se evita esa catastrófica cuesta y se decide a…
-sincerar su mente. La torpeza de los dos jóvenes se deshoja a medida que cae la tarde. Se miran y se sonrojan. La primera vez que se sienten así, tan desamparados ante la incierta corriente actual. Él y ella deciden zambullirse allí y caen en la silenciosa e intimista entrega de amor –capitula Micaela y lo abraza.

Ambos permanecen en silencio y cierran sus ojos.
-Y así termina la “rara” novela –le susurra a Nicolás.
-Falta algo más…
-¿Qué faltaría, mi amor? –le pregunta.
-Un final feliz.
-¿Y no lo es?
-Sí, pero falta el moño para decorarlo –se ríe-. A ver… dejame pensar…
-Sí –le da un beso en su cuello- te ayudo a inspirar el desenlace.
-Listo… -se acomoda-. Una vez entregado a los besos y a las caricias, la reciente pareja se queda en la plaza para mirarse el uno al otro. Se sonríen y se abrazan como un verdadero lazo. La noche cae y tristemente deben regresar a sus respectivos hogares. Se dan el último beso del día y parten. Los días pasan y concurren al mismo sitio que los vio sentirse emocionantemente vivos. En el camino a sus casas, piensan en la experiencia que acaban de pasar. No sienten vergüenza alguna de bailar sobre la calle con los ojos cerrados y mostrando una gran sonrisa. Esperan a que mañana se repita lo vivido y seguir amándose. Sus vidas Los petirrojos construyen sus nidos terrenales –mira al cielo- y salen de sus refugios para volar y cantar sobre la pareja; el cielo permanece templado y expulsa a cualquier extraño nubarrón que se presente sobre ella; florece el cariño y los pequeños secretos a develar; y los dulces besos –la mira- saben mejor que la miel.
-¿Fin?- dice ella con una sonrisa y viendo sus labios.
-Fin –y la besa.

Larga Vida al Noviazgo!!!!!

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Parlamento


Mira por la ventana como un niño ve una vidriera de juguetes: anhela ver esa expectativa en frente suyo, sin barrera alguna que la obstaculice. Los transeúntes y su mundo interno. Llega el mozo con su pedido sobre una bandeja de acero: un capuchino con dos medialunas. Se despabila de su somnolencia. Sergio le agradece el pedido. El mozo coloca su merienda sobre el mantel blanco y se retira. Luego el joven agarra un pequeño sobre de edulcorante, le corta un extremo y lo vierte sobre la infusión. Lo mezcla y prueba su gusto. En la medida exacta.

-Cuanta emoción –piensa con un gran destello en sus ojos.
Corta un pequeño pedazo de medialuna de grasa y lo come. Sabe bien. Advierte que la puerta principal del bar se abre y sólo es una coqueta mujer mayor de edad con un bolso de cuero marrón que ingresa al local para distenderse de la rutina hogareña y de los trámites. Ocupa el asiento de la mesa del medio y pronto llega el mozo para entregarle la carta. Una leve sonrisa se le dibuja a Sergio cuando nuevamente la puerta se abre. Es una joven. Pero la misma sale del pub, quizás equivocada de lugar de cita. La ve pasar por el vidrio y la ve desorientada. Una aclaración: Sergio no sabe cómo es la chica a la que espera.

Bebe un sorbo del capuchino y siente que alguien lo observa. Se siente asaltado por tal escudriñamiento. No se atreve a mirar a esa persona que se encuentra enfrente de él. Sergio bebe la taza mirando al costado derecho de la ventana.
-Puede que haya clavado su mirada en mí y evoque algo… o este contemplando las fotos de la pared –piensa. Atrás de Sergio hay retratos de desconocidas personas, probablemente de los fundadores del presente local. Los marcos varían según el color y el tamaño.
-¿Le recuerdo a alguien? –se interroga. Decide bajar la taza sobre la mesa y mirar a esa persona. Ya en ese momento, el sujeto se había levantando de su silla y avanzado sobre la mesa de Sergio. Es una joven. En forma sorpresiva, ella corre al costado derecho la silla de enfrente de él y se sienta. Cruza los brazos y los apoya sobre el mantel. Sergio mira con sorpresa tal suceso. Mira a los costados y se queda atónito. Sus ojos color miel se fijan en lo de él. Está a punto de decirle algo, cuando ella abre su boca y le dice:

-Corregime si me equivoco, pero es muy seguro que estás esperando a alguien. A una joven -sonríe- que conociste en estos días y que quedaste rendido ante su cuello. Vos esperas por ella porque sabes que sentís algo especial por ella. Lo se porque te veo desde allá –señala atrás con su pulgar izquierdo- y me pregunté si vos… vos sos de esas personas capaces de abrazar esa latente ilusión, la de esperar y esperar ese buen espíritu, que es ella. No la conozco, pero si te provoca eso –señala con su pulgar el vidrio-, de quedar anonadado, es porque te gusta. ¡Cuántas veces nos sentimos perdidos en esa nebulosa rosa! –mira al techo del bar-. Pero te quiero preguntar… me atrevo a preguntarte si esa persona va a asistir a este lugar. Pero lo más, más importante es si la conoces. No me mientas: es una cita a ciega –se acerca más a él.

Sergio, consternado.
-Lo mejor que tienen estas citas –prosigue y se arregla el flequillo castaño –bah, en realidad, no sé si decir que tienen algo de positivo. No es que sea negativa, sólo que trato de ser realista, llamalo como quieras. Pero el caso es que estas citas no salen como uno lo espera realmente. Si bien, la parte más fascinante de ello es cuando se planea el encuentro porque no se sabe con que se va enfrentar. ¿Entendés? Es un misterio, pero que agrada, -sonríe- pero… Todo tiene un pero en esta vida –se aleja de Sergio y se acomoda el asiento- ¿Quién habrá bautizado a las excepciones? ¿Un tirano? –se tapa media cara con su mano derecha para ocultarse de tal catástrofe, luego se la destapa- Bueno, quedará en la incógnita… El pero de este asunto es que cuando las dos partes se encuentran, quiero decir, tratan de encontrarse, pasa algo. O el tránsito o la búsqueda de la llave del auto de nuestro papá o una llamada importante de un allegado para conversar acerca de la perfecta organización del placard o cualquier evento pueden contaminar la cercanía. Sí, existe el celular, pero… -cierra sus ojos- bastardeo esa palabra… es probable, es muy probable que ese mensaje de texto no llegue a destino o peor, que se haya discado un número erróneo ¿Algo mucho peor? -baja la tierna mirada- Que no sepa muy bien ese número y tenga que pasar por una catarata de amigos de esa persona en búsqueda del número. Así y todo, ya pasó media hora y la cita -simula una bajada de telón con sus manos- se truncó… Dame tus manos.

-¿Qué? -balbucea Sergio.
-Dame tus manos. No te voy a dejar manco –comenta y emite una risita.
Se rinde y se las da. Ella las toma con ambas manos. Luego, continúa mientras lo mira.
-No me malinterpretes con este gesto. Si estuviese viendo esto otro… bueno… no hace falta que te explique… -baja su mirada- Lindas manos… Ehmmm… ¿Dónde estaba? Ah, sí… en que la otra mirada negativa, creeme no lo soy -lo mira dulcemente-, de estas citas ciegas es respirar ilusiones. En mi primera cita, me imaginaba a que el hombre que iba a verlo cruzando por la esquina iba a ser magnífico. De hecho, ese día iba ser perfecto. Vas a pensar que nunca vino, y yo también pensé lo mismo, pero me hizo callar la boca cuando apareció por esa maltrecha esquina. No niego que por fuera era un bombón -sonríe y mira hacia el techo- pero cuando empezó a hablar y a comportarse como un estúpido… -hace una pausa y se pone seria- lloré por dentro.
Mira al costado de la ventana y frunce sus cejas. Suspira y continúa.
-Me… me imaginaba otra persona. Días antes veía todo color rosa y revoloteaba en mi pieza, pensando que había encontrado al hombre ideal, sin ni siquiera haberlo conocido a fondo. Estaba ciega… Tuve que ponerle como excusa que había recibido una llamada a último momento de mi hermana por un grave problema. En realidad no tengo hermana -sonríe-, por lo que no me mortifiqué por la mentira. No sé si él dudó de ese engaño. Pero me sirvió para retirarme a los quince minutos de esa plaza y de ese corto sueño. Y así es la ilusión. Dura lo que tiene que durar. Lo suficiente para sentirse muy bien, hasta que se acaba y esperar en forma testaruda otra novela. Pero vale la pena morir por ello. Te lo puedo asegurar, pero… pero no lo tomes como un divertimento.
Sergio aún se siente confundido por tal cuadro. No sabe si retirar sus manos de ella va a ser un síntoma de incomodidad o dejar tal como están para seguir con el juego Aún así, asiente lo que la joven le dice. Y se siente cómodo por su modo de hablar y su cálida confianza.

-Creo que, a pesar de su carácter misterioso, la cita a ciega es… bueno ya lo dije, es intrigante. También es sorpresiva -abre más sus ojos-, porque no sabes con quien te vas a topar. Que no te pase lo mismo que a mí. Que termine amargada por un mes… A ver, ponés mucha expectativa en la salida y que te coarten esa magia en forma absurda es para taparse con un cuello polar y no regresar arriba hasta que la tempestad se diluya. Divague en lo último -se ríe-, pero entendes lo que trato de decir.
Se acerca más a él y le dice:
-No quise arruinarte este momento, perdona mi supuesto fatalismo pero me veía la obligación de acercarme y decirte eso. Pongo mi confianza en que esa chica que esperas ahora va a llegar en cualquier momento y cuando la veas, se va a terminar semejante calvario de la duda. Si no viene, al menos vas a recordar esta charla que tuvimos y vas a pensar: “¡Bien! Fue una linda tarde. La pasé muy bien con esa chica”. Así que tan mal no la pasaste. Bueno, te dejo. Cualquier cosa, estoy en la misma mesa. ¿Dale? -suelta sus manos y se levanta del asiento dispuesta a regresar a donde está. Sergio está conmocionado. El trato ha calado en su corazón.

Ella regresa a su asiento y lo ve. No sabe en donde meterse. El capuchino, frío. Bebe unos pequeños sorbos. Aún queda en la taza. Hambre no tiene. Mira por la ventana y empieza a oscurecer. Se encienden los faroles de las calles y las luces de los comercios. Se vuelve pesado el ajetreo entre los peatones debido a la hora de la salida de los trabajos correspondientes. Ingresa más gente al pub. Una pareja agarrada de la mano se dirige hacia el mostrador y charla con el encargado del local. Amigos de la infancia. Mira su reloj y marcan las 19:45 hs. La mira a la joven, quien se encoge de hombros al no haber una mera presencia de su acompañante femenino. Ella se muerde los labios y medita por un par de segundos. Luego agarra su morral fucsia del asiento contiguo y se levanta de la mesa. La joven lleva consigo también el menú. Se acerca a Sergio con una sonrisa y se sienta enfrente de él. Más allá de la nueva sorpresa, se siente contenido.
-Si me permitís, voy a pedir una rica merienda. Sé que la hora de la cena va a ser pronto, pero qué importa. A ver, a ver, a ver… -mira las opciones y elige también un capuchino con dos medialunas- Listo.
Llama al mozo y le toma la orden. Sergio la mira con gran admiración. Se asombra por tal ingenuidad. Sonríe. Nunca ha visto algo semejante. El hecho es verdaderamente loable.
-Si viene tu chica -ríe- le digo que no soy tu novia. Te lo prometo. Si no lo hago… -se tapa la media cara con ambas manos -¡Adiós inocencia!

Larga Vida a los Encuentros!!!!!

sábado, 7 de noviembre de 2009

Panic Attack


Su cuello empieza a padecer los primeros síntomas de malestar a causa de su inapropiada postura sobre la almohada. No sólo esa zona esta realmente comprometida, sino que todo el resto de su cuerpo. Su efímera ensoñación se esfuma cuando siente un dolor punzante en la nuca. David abre perezosamente sus ojos y los cierra en un gesto de sufrimiento. Emite un ligero gruñido. Lo primero que ven sus ojos es la pared pintada de celeste claro. Aún no tiene intenciones de decorar ese rincón. Sí de cambiar de color de pintura. Su estado de catre es de lamentar. Su inicial postura fetal pasó a convertirse en una invención despatarrada producto de su inconciencia onírica. Sus brazos rodean su castaño cabello enmarañado, su espalda forma una figura similar a la de una inusitada serpiente acobardada y su cadera, junto a sus piernas, parecen querer dar un rodillazo, por no decir una puñalada, a un agente maligno. Esta incomodidad corporal surte sus efectos sobre su cuello. David trata de mover su cuello en forma precavida, pero un fuerte dolor asesta sobre ese lugar.

-Varias aspirinas… –murmura.
El deseo de ir al baño, abrir el botiquín y tragar varios comprimidos lo obliga a morderse los labios. Una buena oportunidad para refrescar su garganta. Pero antes, debe prender la tecla del velador que, inoportunamente, se encuentra del lado derecho de la cama. Mentalmente cuenta hasta tres para darse la vuelta y poner bajo el tapete esa dolencia. Cuando está a punto de llegar al número dos, escucha un ruido. Un crujido. La somnolencia se disipa. Pero ese sonido no proviene desde afuera, ni menos desde una abandonada habitación. El crujido se localiza allí dentro, en su habitación. El sonido viene acompañado por un extraño jadeo. Es imposible distar si es de un ser humano o de un animal. David cesa su respiración por un momento y quiere escuchar atentamente ese sonido. Se da cuenta que esa desconocida presencia está a pocos centímetros de su cama. Respira.
-Estoy soñando, sólo estoy soñando –piensa. Cierra sus ojos y se concentra en esa milagrosa idea, pero nada de eso ocurre. No es un sueño, ni menos una pesadilla. Es real. El crujido y el jadeo esa ¿amenaza?, su entrecortada respiración, su oscuridad retraída en sus parpados cerrados, el olor a suavizante impregnado en la almohada lavada ayer, su lengua desprovista de saliva, su postura incómoda en la cama, su inesperado sudor que corre gruesamente por su espalda y su apretón sobre el costado derecho del almohadón indican que ninguno de los cinco sentidos pasan desapercibidos sobre el indefenso lecho. Eso asecha. En realidad, ¿qué es eso? ¿Acaso es un animal que no se siente a gustos con la presencia de un torpe ser humano? Y si lo fuera… ¿cuál sería? Y sino no es un animal, ¿acaso es un ladrón que quiere concretar su delito empezando por deshacerse de ese letargo? ¿Robaría inclusive su integridad? Y si no fuera un individuo... ¿es capaz un ser sobrenatural ingresar por esa puerta entreabierta y firmar su misterioso paso por aquí? Las mismas interrogaciones se enredan en la mente de David.

El dolor en su cuello empieza a intimidarlo. Lo fuerza a que abandone esa cama y se dirija inmediatamente al baño a tomar un analgésico o un comprimido, hasta inclusive un placebo que calme su pesar. Sin embargo, para concretar el plan debe afrontar eso.
-Te estas haciendo la cabeza. Tal vez es la modorra de la madrugada –piensa.
Su empecinamiento no se quiebra a pesar de que eso lo mantiene en constante alerta. Pero, el dolor lo aqueja. Quiere enfrentarlo y cerrar tras él la puerta del baño y trabarla.
Realiza sus primeros esfuerzos. Levanta cuidadosamente su cabeza. La almohada recupera débilmente su forma firme. Ancla sus manos sobre la arrugada sabana. Tiene la sensación de que esa amenaza se acerca cada vez que realiza un movimiento de confrontación. No sabe que hacer. Las opciones están claramente a su corto alcance: o mina inmediatamente sus fuerzas y se desploma sobre su cama para besar a la cobardía; o maniobra como un chasquido su cuerpo y enfrentar su nudo en la garganta. Ambas disyuntivas podían provocar una reacción desconocida ante el intruso. La intención es clara: deshacerse de esa punzada.
Lentamente se estira para alcanzar la tecla del velador sobre la pequeña mesada. No llega. Su mano izquierda se extiende a más no poder. No la encuentra. Es como si nunca hubiese existido.
-¿Dónde está? –piensa y su angustia le corta su respiración.
Su suerte de manotazo de ahogado naufraga en la incertidumbre desesperada. Su corazón late con más fuerza. El agudo dolor de su cuello provoca que David se muerda los labios. Cierra sus ojos para pedir apenas un poco de esperanza. Avanza. Siente entre sus dedos la tecla y presiona sobre ella.

Nada. Las cuatro veces en que es presionada el ya desgastado botón sólo ha provocado que eso se agazape sobre David y sea desguasado. Se agita y sin importarle el dolor de su cuello se da vuelta para enfrentarlo. La sangre fluye de manera frenética sobre todo su cuerpo. La agitación retumba y se hace escuchar sobre la rejilla inferior de la habitación. Sin embargo, cuando se da la vuelta para lidiar contra aquello se enreda entre las sábanas y cae sobre el piso de madera antiguo. Presa fácil. Oscuridad profusa.
En plena profundidad, desea encontrar el marco de la cama, pero no puede. La cobardía siente sus primeros acurrucos. Se agita. Se agazapa rápidamente sobre el suelo hasta llegar a la tecla de la luz de su pieza. Toca la fría pared y se incorpora sobre el suelo y aprieta el botón. La luz no se hace.
-No… ¡no! –balbucea.
Abandona la pieza, pero de nada sirve. No se acuerda que la puerta de su habitación siempre la mantiene cerrada y un fuerte golpe en su frente le hace recordar tal acto diario y monótono. Tras el estruendo, su cuello empeora y la llave de la puerta cae sobre el piso. Reconocidas primeras lágrimas. David de agacha. No sabe si por el golpe, por buscar la llave o por ambas cosas. Se desespera. Es inútil. Los débiles roces sobre el piso acrecientan su temor a ser silenciado para siempre.
-Por favor, que aparezca –susurra. David demuestra su pavor ante el fisgón. Advierte su segura embestida.
-¡La ventana! –augura su alivio.

Salta sobre el marco y corre las cortinas verdes hacia al costado derecho. Ve fugazmente el exterior. Los faroles y las escasas luces provenientes de las casas aledañas que pincelaban taciturnamente la noche no destellan. Un apagón total. Nadie circula por las calles y menos a altas horas de la fría madrugada. Quiere escapar de allí, pero le es imposible abrir el vidrio del costado derecho. Prueba del otro extremo y nada.
En un intento de desesperación extiende su brazo derecho hacia atrás para quebrar el vidrio. En ese preciso momento, viene la luz. Eso no le permite a David frenar el violento ademán y despedazar su mano sobre el vidrio. Se hace añicos la ventana y los pequeños pedazos caen sobre la maleza descuidada del jardín. Sus pupilas se expanden. Las pocas luces del vecindario se hacen presentes ante su clara vista. La claridad artificial lo alivia por un instante. Sólo resta saber atrás si eso lo lleva al infierno. No puede girar su cabeza, por lo que debe voltear todo su cuerpo. El ser no está. Ve su cama revuelta con las sábanas tiradas sobre el piso. El resto de los muebles, inalterable. Luego escudriña el suelo en búsqueda de la llave, pero ésta no aparece. Se ha esfumado. No advierte aún que gruesos hilos de sangre corren por su mano. Menos que delicadas astillas de vidrio fustigan sobre su malherida zona. Pero eso no lo consterna. Reaparece el escalofrío y el oprimido corazón. Sobre la puerta hay un agujero. Pero no es un típico agujero en forma de círculo. Más que un orificio, es una entrada que acaba de ser cauterizada. Se extiende desde el piso hasta casi llegar al borde superior de la puerta. Sus curvas hacen notar que eso ostente esa forma irregular para penetrar en su morada privada.

-¿Qué? –trata de recuperar su respiración-… Es… Que… No puede… – tartamudea. David está consternado. No sabe qué hacer. Bien puede tomar la arriesgada salida por la ventana y pedir ayuda o explorar ese inusual acceso. Solamente ve oscuridad en ello. La trasluz apenas se deja ver allí. En lugar de haber al costado derecho la mesa de mimbre, únicamente hay una desinteresada y tétrica penumbra. Qué sabe de su destino si se acerca a las desconocidas fauces de esa zona. ¿Qué criaturas asechan en esa ignota zona detrás de la puerta? Los antiguos muebles y la decoración de las restantes habitaciones de la casona permanecen indefensos. No dan signo de vida. De repente escucha algo que trepa sobre la pared de afuera. Se acerca. David empieza a agitarse. Humedece sus labios. Retrocede hasta llegar a la entrada y escapar de eso. Las pequeñas gotas de sangre manchan la vieja madera del suelo mientras camina hacia atrás.
-Sí, puedo correr hacia el comedor y llamar a la policía. Por qué no, ¡salir afuera y pedir ayuda! ¡Sí!... ¡¿Qué está pasando?! ¡¿Qué quiere?!- vocifera. Escucha el gruñido. Se empieza a acercar a la ventana. Brusco silencio. Su sombra empieza a cobrar claridad y a verse por la ventana. Sin previo aviso, el apagón se cierna fugazmente sobre la habitación. Cesa el dolor en su cuello y en su mano. El pavor se desvanece para siempre. Eso.

Larga Vida al Terror!!!!!

sábado, 3 de octubre de 2009

Flower Power


Sus brazos se extienden hacia lo ancho del suelo en búsqueda de alguien más, pero lo único que logra es una leve tardanza que perdura sobre el ocaso. El sol, que reniega de ese irremediable pasar de horas, se mantiene plenamente sobre los seres vivos. Desde las despabiladas ardillas hasta las fascinantes mariposas sonríen por sus respectivos nichos ante el espectacular día que acaece. Los pájaros se distienden de sus abrumadoras responsabilidades para planear y cantar una oda a la felicidad. Surcan el despejado cielo. Los árboles, si bien permanecen enraizados en el fértil suelo, viven constantemente el presente día. Los colores vivos de las flores se multiplican cada hora. Sus pétalos sienten el confort del suave brillo solar. No hay ninguna nube que tape el sol. Las pocas que hay soy delgadas capas de aire que se irán condensando. Su tiesa blancura pronto se verá flaqueada por el impactante resplandor del sol. El parque experimenta un grandioso entusiasmo. Aquel lugar testigo de encuentros fortuitos e injustas ausencias abraza a todos los jóvenes dispuestos a sonreír, charlar y a descubrir un somnoliento secreto idílico.

Los eternos adolescentes se congregan en el espacio natural y sacan provecho del gran día. No falta el mediano mantel colorido que yace sobre el pasto para llevar a cabo el sabroso picnic en donde se degusta los frescos sandwiches de miga de contenido variado; los pequeños vasos blancos de de plástico para contener el delicioso jugo de naranja y de gaseosa; y los exquisitos postres conservados en el taper, como brownies de chocolate o magdalenas cubiertas de dulce de leche. Algunos optan por tener a mano una guitarra criolla para deleitar al grupo con “una que sepamos todos”, y así destilar la rimbombante melodía. Otros corretean y saltan entre risas dando la espalda a la vergüenza; y otros, sin alejarse de la agitación, prefieren improvisar una cancha y jugar al volleyball o al fútbol. Las pelotas nunca llegaron tal alto hasta tocar el cielo y bajar sobre la diversión, la cual brilla por su candente presencia.

Esa hipnotizadora estampa se cultiva en el parque, que posee una gran extensión superficial. Alejado del bullicio callejero, pero cercano a las avenidas principales de la ciudad, la gran plaza posee pequeños universos conformes a una inocente idealización: la anodina diversión sobre la tierra y el insultado pasto; el silencioso descanso sobre la corteza de los árboles y el recuperado pasto; y el emocionante confort y la paciente tranquilidad tapizada de risueñas flores. Hay una cantidad considerable de jóvenes en cada universo, excepto en el del confort. Solamente la habita Cecilia, una joven introvertida que descansa con una leve sonrisa. Mantiene los ojos abiertos para contemplar desde esa heroica posición el cielo despejado y las flores que la rodean. Los pájaros graznan. Se siente tan diminuta. Inhala el terso aire y luego lo exhala. Su mente, en blanco.

Los que vagan por ese espacio son aquellas almas ávidas de conocer a alguien. Un encuentro que va más allá de los efímeros “hola” y “chau”. Difíciles de construir son esas fugaces relaciones son. Se pide que se prolonguen esos vínculos, pero pedir semejante amparo es como anclar una irremediable lástima. Y así, se prefiere dejar de lado esa incesante búsqueda de ese tan ansiado corazón. Aquella infausta inocencia se percibe en la atmósfera de esta zona. Muchos de los que concurrían aquí bajaron los brazos y prefirieron morder sus labios lejos de la presencia humana. El resto pudo encontrar los besos y de los pocos que quedan aguardan su momento.

Cecilia cierra sus ojos por un momento para dormitar. Un par de pétalos amarillos se desprenden de una flor y caen sobre su mejilla derecha. Su somnolencia no percibe semejante roce débil. Las flores circundantes la vigilan.
-Shhh –se escucha decir.
La joven abre sus ojos y mira hacia la dirección en donde están ubicados sus pies. Sólo flores. Mira a los costados. Flores. Mira hacia arriba. La misma naturaleza.
-El viento… -susurra Cecilia.
Se da cuenta que algo le roza su mejilla, por lo que se toca allí y ve los pétalos. Se los guarda en su puño izquierdo. Nuevamente cierra sus ojos.
-Shhh.
Trata de ignorar ese chistido, pero es inevitable.
-El viento… o es mi imaginación –piensa. Se incorpora del suelo y se apoya sobre sus brazos. Mira a los costados y ve sólo flores y árboles. A lo lejos, el recreo. Se recuesta sobre el césped. Esta vez, no quiere dormir. Decide esperar por ese extraño sonido. Escucha ese chistar. Su corazón late de forma apresurada. Nadie a la vista.
-Algo real… o una broma –dice.
Cierra sus ojos y levanta las cejas en son de resignación. Se recuesta sobre el suelo, siempre con su bello rostro mirando hacia el cielo. Ya no puede conciliar el sueño. Aún así, mantiene cerrados sus ojos color café. Luego piensa:

-Al final, llegué a los 26 años. Una edad que borda los treinta. Una edad en que ya debería estar comprometida con alguien. Pero antes de eso, primero debería estar de novia; o mejor dicho, debería estar involucrada con un hombre. No, nada de eso. En el fondo, no reniego de ello. Aprendí a estar sola. Pero… -hace un breve silencio- veo a mis amigos que ya tienen sus respectivas parejas. Y yo quedo como la amarga del grupo. Espero que disimulen mi estado de ánimo. Soy feliz, pero… pero ¿lo soy de este modo? O sea, ¿estando sola? Soy inexperta en cuanto a besar, abrazar y bueno… se entiende. Ya ni me acuerdo cuando fue la primera vez que accedí a un beso. Creo que nunca. No sé –se pasa su mano derecha sobre su rostro-, quizás si…
Cecilia se detiene en medio de su parlamento interno y escucha el chistar de alguien.
-Esta vez no es el viento, ni lo fue nunca. Es alguien –asevera con un tono de seguridad.
Se levanta del pasto y mira a todos los costados. La gente jugando y comiendo allá. Atrás y a los costados, plena arboleda y autos en pleno movimiento sobre las calles.
Acaso la cándida criatura teme que una bondadosa fiera aseche sobre ella para asestarle un beso cargado eléctricamente de puro entusiasmo y torpeza. Luego siente algo pesado que le golpea en su cabeza. Casi se muere del susto. Se da vuelta y resulta ser una pelota de fútbol. Se agacha para tenerla y ver a quien se le ha perdido. Desde lo lejos se ve a un joven que clama por el balón. Ella lo alza con las dos manos y la tira con todas sus fuerzas. Llega al destino y el deportista le resta hacer nueve pasos para recuperar la pelota. El agradecimiento, nulo.
-Hace rato que no tenía a alguien tan lejos de mí –bromea y se sienta sobre el césped. Antes de acostarse mira a los costados para ver si puede divisar a aquel extraño sujeto. Nada. Finalmente se recuesta. Se siente un poco adolorida por el golpe provocado por el leve pelotazo accidental.

Mientras contempla el cielo con una sonrisa y una mirada adormecida, se escucha:
-Shhh… Hola.
Para Cecilia, ese saludo parco es inusual, casi extraño.
-OK, el viento no es –murmura-, alguien me acaba de saludar a escondidas. Espero que no sea un pesado.
Esta vez, lentamente, su cabeza se leva sobre la llanura floreal. Divisa los alrededores a la hora de encontrar a ese individuo responsable de su emocionante inquietud. Una abeja revolotea alrededor de su cabeza y la espanta con su mano derecha. Se aleja del trivial peligro. Escucha el chistido y percibe que ese corto sonido proviene de la arboleda ubicada a la izquierda. Su percepción siempre se ahoga en una desazón, por lo que prefiere confirmar su intuición. Los minutos pasan y sus brazos empiezan a acalambrarse de tanto apoyarse sobre ellos.
-Voy a aguardar un poco más –dice. La tarde empieza a caer, pero los colores vivos resisten ante el arrebato nocturno. Luego prosigue con su fluido pensamiento:
-¿Qué pasa?... ¿Dónde estaba?.. Ah, sí,… -sonríe- un beso… Quisiera saber cómo es ser besada. Creo que ya estoy divagando. Siempre repito el mismo prólogo en estos días. Pero hoy es muy especial. O sea, es el día de la primavera. Eso significa mucho para mí. Bueno, para todos. Algunas personas, como yo, no tienen una lograda racha de suerte en cuanto a una fuerte amistad. Pero es el lapso de la alegría y la esperanza. Todo se puede lograr. Todos nos enamoramos en algún momento de la vida, pero que se concrete limpiamente… a años luz. Pero un día, el menos pensado, se da. Así, simplemente. Sin estorbos. Quizás hoy es el día. Creo que tengo que dejar de ser un poco fatalista. Ya me estoy cansando de ese lúgubre papel. Ya soy grande. Dicha. En eso tenés que pensar. Mirá el día de hoy –sonríe de oreja a oreja- ¿Quién se puede deprimir? Nadie. El sol aún está arriba y el clima es templado. Todos ríen y sueñan. Así, todos los problemas se esfuman.

Alza los brazos para estilarlos. Se acomoda bien sobre el lecho improvisado y cierra los ojos.
-¿Quién puede ser? –piensa- Que yo sepa no tengo a nadie que esté interesado en mí. Del barrio….-piensa en una lista de nombres posibles- No, nadie… ¿Esto es lo que se llama amor a primera vista? ¿Un retorno al inolvidable amor de verano? Ese chico que me chista ni siquiera me conoce y ya me saludó. ¿Hoy es el día? Si es así, bienvenido sea. Estoy muy emocionada, pero no debo adelantarme a los hechos. Ni siquiera lo conozco…. ¡Cuanta emoción!... Pero… ¿será a mi quien me chista? Quizás hay otra chica sumergida en este lugar. ¿Ves? Por eso no quería apresurarme. No sé que pensar. Traquilizate. Respira en forma calmada –suspira- y todo va estar bien. Pensá únicamente en lo que ves ahora –contempla el cielo- ¿no es hermoso? ¡Dios!...
Su corazón se enaltece y lleva sus manos estrechadas entre sí hacia la zona de su pecho.
Los pájaros aún prosiguen con su copla. Las delgadas nubes no desaparecieron. Al contrario, se alejaron para continuar con su detenido paseo sobre lugares remotos.

-Voy a esperar un rato más –murmura y luego bosteza. Su mano izquierda oculta su gesto bucal. El sueño regresa a su mirada y la vence por completo. El sol empieza a cerrar su telón y el cielo hace los honores a la entrada del crepúsculo. Todavía se escucha el revoloteo juvenil. Las mariposas aún baten sus brillantes alas. Pronto, los minúsculos seres vivos regresan a sus quehaceres. Los nichos esperan por su anhelada llegada. Los pequeños universos del parque se mantienen firmes. El dulce misterio resulta imprescindible. Cecilia dormita. Cuando está a punto de conciliar el profundo sueño, un grillo compone una sutil canción apostada sobre una pequeña piedra. El aria empieza a escasos centímetros del oído de Cecilia, por lo que se despierta de ese corto letargo. Abre los ojos y ve el cielo de un tono anaranjado y azul.
-Ya está oscureciendo… y no lo escuché.
Se lamenta por el final del día. No quiere irse. Se acomoda a un costado derecho y ve los tallos coloridos de las flores. Vuelve a su posición normal y suspira. Hace fuerzas con sus brazos y enfrente de ella, a pocos metros de distancia, ve a un joven con una rara expresión en su cara. Sus labios están a punto de silbar… o chistar. Cecilia no sabe qué decir, pero por fin se alivia al saber que esa persona existe. La angustia se ha despejado. El joven cierra su boca y tapa sus ojos con su mano derecha.
-Perdoname… Hola – se presenta torpemente
-Shhh –chista Cecilia y sonríe.

Larga Vida a la Primavera!!!!!